Aqui tenía pensado traducir semanalmente la columna que escribo para el periódico holandés NRC pero hasta hoy traduje solo esta:

GLISOS

—¿Que es eso de la pista corta exactamente? —le pregunté a una de mis mas antiguas luces en Holanda.

La luz respondió: –Pista corta es algo que se inventaron en el extranjero porque los holandeses siempre ganaban todo en patinaje.

La respuesta me dejó con tantas preguntas que no supe que decir. ¿Porqué siempre ganaban los holandeses ? ¿Acaso habían inventado el patín? ¿Y a qué clase de persona se le ocurre atarse cuchillos debajo de los pies y largarse al hielo? Seguro que el que hizo eso, no lo hizo él mismo. Le ató los cuchillos a los pies de su mujer y de un empujón la lanzó al hielo infinito.

–¿Entonces cómo se llama el patín de verdad? –le pregunté a la luz.

–Patín de larga distancia.

El desconsuelo sonaba en cada palabra que agregaba.

Según Federico Formenti, inivestigador en la universidad de Oxford, el patín fue inventado hace unos cinco mil años por los finlandeses. Esos “patines” no eran mas que huesos animales atados debajo de los pies. La palabra moderna que le adjudican ahora en Holandés es glissen. Suena como glisos. Probablemente es con lo que los finlandeses siguen patinando porque en cuanto a las competencias internacionales no figuran ni en la pista corta ni en la larga.

Hablar de patinaje siempre me hace acordar del primer invierno de mi padre en Holanda. Había estado preso doce años en Uruguay. Una vez libre trató de ocupar su posición de padre lo antes posible. Era 1985, en Holanda se organizaba el recorrido de las once ciudades, una maratón sobre el hielo, pero que solo se logra realizar ocasionalmente, cuando la temperatura baja lo suficiente. El espíritu que envuelve al Once ciudades es como de una vuelta ciclista que solo se deja organizar cuando los dioses quieren.

Mi padre había llegado a Holanda rapado, desnutrido y sin hablar holandés, sus hijas bebé se habían convertido en dos adolescentes locas por los pony´s que al idioma castellano mas que nada lo habían olvidado. Estábamos dispuestas a enseñarle a patinar ya que también nosotras queríamos recuperar la posición de hijas, pero él no quería que lo viéramos caer.

Nuestra casa estaba en una hilera pegada a una zanja bordeada por el mismo hormigón del que nacían las casas. Holanda entera estaba sumida en la fiebre del Once ciudades mientras mi padre trataba de aprender a patinar en ese desagüé congelado. Su luz era un Chileno que había llegado un poco antes que él a Holanda. Mi madre estaba lo suficientemente integrada a la sociedad holandesa como para saber que el patinaje mejor se dejaba en manos de la población autóctona. Practicaron toda la tarde, el Chileno en unos patines para principiantes y mi padre con unos glisos que mi madre seguramente había requechado en alguna tienda de segunda mano. Cada vez que papá se daba un golpe, la lámpara arriba de la mesa del comedor temblaba. Cuando también hubo aceptado esa derrota, papá volvió a entrar semicongelado. El primer hielo que supimos disfrutar juntos llegó como diez años después tintineando en vasos de whisky. Si pude verlo caerse muchas veces, mas que nada de bicicletas.

El fin de semana pasado mi padre entró por Skype. Me preguntó que qué estaba haciendo. Le dije que estaba mirando el campeonato europeo de pista corta. Me preguntó que que era eso. Le dije que era una cosa que inventada a nivel internacional cuando resultó que en la pista larga a los holandeses no les ganaba nadie. Le causó mas gracia de la que yo había esperado. Tengo que compartir mas a menudo mis luces con mi padre porque aunque sea tarde, mientras nos de risa en la pista mas larga, no estamos derrotados.