“Niñas en tiempo de descuento” (Meisjes in blessuretijd) es una recopilación de cuentos que por ahora solo existe en holandés.

En 2019 obtuvo el premio para ensayo Jan Hanlo. Ahi fue que los cuentos resultaron ser ensayos.

Este es el único que traduje al español hasta ahora.

 

Morder la mano que da de comer


Ping-pong


De acuerdo con lo que nos enseñaba el Guillotina, lo de morder de Luis Suárez tendría su origen poco después del año mil quinientos. A mi profesor de historia no lo he vuelto a ver desde la secundaria, pero cada vez que escribo un cuento sobre el Uruguay, se me aparece. Mi madre dice que eso es un síntoma de estrés postraumático porque ya pasaron más de veinticinco años desde que dejé la secundaria y además estoy viviendo en Holanda a más de diez mil kilómetros de distancia, no tendría por qué pensar tanto en él.

–Ese anarquista de mierda piensa que solo se aprende a través del trauma –dice. Lo conoce de cuando eran jóvenes, de la militancia se dice en Uruguay, en holandés esa palabra no existe, por lo que al contar historias sobre personajes militantes siempre me tengo que agarrar de palabrejas como el activismo o el ser políticamente activo. A lo que iba es que era de la militancia que mi madre sabía que mi profesor de historia era anarquista.

Al final de cada clase, el Guillotina nos entregaba las hojas que teníamos que leer para la lección siguiente, eran copias que él mismo le sacaba a textos que consideraba relevantes, no el vómito recalentado que se encontraba en los libros curriculares. Eran sus palabras: vómito recalentado. Sus fotocopias siempre venían impresas con la máxima cantidad de texto usando la mínima cantidad de tinta y contenían muchas palabras que yo no había escuchado nunca en español, como reciprocidad o monocultivo. Al principio, cuando recién habíamos vuelto al Uruguay desde el exilio, yo no conocía ni la palabra siglo.

Por las malas aprendí que leer un texto para el Guillotina no significaba solo leerlo, también había que acordarse de lo leído y ser capaz de reproducir la información cuando la situación lo requiriese. La situación siempre solía ser él. Ademas no solo exigía que conocieras el contenido de las últimas páginas que él había dado, también tenías que acordarte de todo lo que habías leído en las anteriores. Si le daba la gana te preguntaba en septiembre algo sobre los Aztecas del primer semestre. Nos hacía leer a Hobsbawn con treinta grados a la sombra, la playa a diez minutos de distancia y nosotros a esa edad en la que las hormonas te tienen contra la pared. La clase de historia nunca transcurría sin que al menos a un alumno se le muriese la nota, aunque el promedio más bien era de cuatro o cinco caídos. Con su humor negro y su inteligencia predadora, el Guillotina hacía paté a cualquiera. Hacer paté es una expresión que se usa en Uruguay. En Holanda se dice mas bien hacer carne picada, pero en la escuela holandesa los profesores no le aplicaban técnicas de carnicería al alumnado. Hasta entonces yo había adquirido mis conocimientos teóricos en escuelas de las provincias holandesas con maestros como Doeke y Meya. Aquellos gigantes rubios de ojos claros te ponían una nota decente por entregar un trabajo escrito o hacer una presentación oral, aun cuando por enésima vez hubieses elegido algún animal peludo como tema. Si uno se esmeraba incluyendo fotos o dibujos podía obtener hasta el más alto de los sobresalientes. Los profesores en Holanda eran más buenos que una madre y las clases eran un bufete de conocimientos que podías tomar o dejar a tu antojo. Además nos daban clases de cocina y tambor para amenizar un poco tanta química, matemáticas y física. Sea como sea y fuese en Holanda o en Uruguay, de ninguna materia recuerdo tanto como de las sesiones de invocación de trauma a las que el Guillotina llamaba lección.

Una vez al mes nos sometía a un ping-pong. Así le decía cuando iba llamando a los alumnos uno por uno, a veces en orden alfabético y a veces en un orden que solo él conocía; cuando te tocaba te hacía una pregunta como:

–¿Por qué fueron exterminados los indígenas en nuestra región?

La improvisación no era materia reconocida. En el Uruguay le dicen payar cuando uno inventa las respuestas en el momento, la palabra viene de una tradición gaucha pero, a pesar de la raíz histórica, el Guillotina odiaba la payada. Incurrir en una era asegurarse un puesto fijo en el ping-pong venidero y los siguientes. También eso lo aprendí por las malas.

Si no sabías la respuesta a la primera pregunta, lo mejor era decirlo. Siempre tenías derecho a la revancha con la segunda, aunque en general esa fuese más difícil que la primera. Si tampoco sabías la respuesta a la segunda, ya no subías la nota, pero embocando la tercera podías minimizar las pérdidas. Si tampoco sabías la tercera te encajaba un uno con el que te hundía el promedio para el resto de trimestre.

Para volver a subir nota existían solo dos caminos: o hacer un excelente escrito mensual, o jugar un partido fabuloso al ping-pong. Lo de hacer presentaciones orales o entregar trabajos escritos no se conocía en Uruguay, pero eso yo no lo sabía cuando le propuse al Guillotina mantener una presentación para reflotar la nota que se me acababa de hundir. Como no conocía la palabra en español para decir spreekbeurt, recurrí a la traducción literal del concepto holandés que es: turno para hablar.

–¿Un qué? –dijo el Guillotina.

Repetí la pregunta, ahora con menos confianza.

El me miró con esos ojos que te aceleraban el pulso al instante –¿Un turno para hablar? – suspiró y dijo: –Hable – cruzó los brazos y se quedó mirándome.

Le aclaré que no me refería a hablar en ese preciso momento, pero todo sucedía demasiado rápido.

–¿Cuándo quiere hablar entonces?

Dos semanas era lo que te daban en Holanda para prepararte, así que fue lo que le propuse.

–Hable la clase que viene –dijo.

Le pregunté si podía elegir yo el tema.

–¿Va a hablar sobre un tema?

Asentí sin entender aún que me encontraba en un sistema educativo en el que eso de mantener un spreekbeurt era un fenómeno totalmente desconocido, pero cuando me dejó libre en cuanto al tema, me retiré contenta sin pensarlo dos veces.

Unos días después me encontré de espaldas al pizarrón, mirando hacia la clase, declamando las frases que había memorizado con acentuaciones y todo. Oraba sobre la anarquía con aquel acento gringo que aún no se me había ido del todo, mostrando fotos de Bakunin y Durruti que había fotocopiado. No lo noté si mis compañeros se divertían más de lo usual, pero probablemente tampoco me hubiese dado cuenta si rodaban a carcajadas por el piso ya que toda mi concentración estaba volcada en la acentuación correcta de una sarta de palabras que apenas conocía.

En el recreo, cuando me dijeron, que eso del turno para hablar nunca se hacía, yo no lo quería creer, pero cuando con el paso de los años, incluyendo todos los que repetí, nunca vi a un alumno dar una presentación oral, no me quedó mas remedio que aceptar que ese día hice uno de los mejores ridículos de mi vida.


El Guillotina no se limitaba al maltrato psicológico. Un día un alumno se le plantó enfrente medio desafiante, era un canario grandote de más de veinte años que había vuelto a terminar la secundaria porque quería entrar a la academia de policía y para eso necesitaba el papelito. El Guillotina le había encajado un uno por no saberse el origen de la división de poderes ni las dos preguntas anteriores. El canario defendía que lo importante era la división de poderes en sí (que sí se sabía) y no su origen, y en el calor de la discusión le dijo comunista al profesor. Al unísono los alumnos lanzaron un ´oh´ escandalizado y quedaron en silencio expectante. Yo no captaba la gravedad del insulto. En Holanda ningún profesor se hubiese ofendido si lo trataban de insultar por ser de una u otra orientación política. Aún me faltaba aprender que en el Uruguay de entonces, donde acababa de terminar la guerra sucia de los militares contra el lado izquierdo del pueblo, si alguien te decía comunista mas que insultarte, te estaba amenazando.

El canario necesitaba como mínimo un suficiente en historia para pasar a su plan de futuro policíaco y, cuando quedó claro que no lo iba a obtener, se paró frente al profesor mirándolo desafiante. El Guillotina se movió tan rápido que apenas se vio el cabezazo que le plantó, pero el sonido de cráneo contra cartílago dejó a toda la clase pálida. La mano derecha del profesor señalo hacia la puerta, gesto que tanto en Holanda como en Uruguay significa lo mismo. El canario ya iba saliendo, con las manos tapándole la nariz y la sangre brotándole entre los dedos.

Al ping-pong siguiente el aspirante de policía tenía sus conocimientos al día y el Guillotina no tuvo más remedio que darle un suficiente. Se dijese lo que se dijese sobre él, justo era.

(Mamá leyó hasta aquí y dice que, ademas de estrés postraumático, me tocó síndrome de Estocolmo, que me deje de ponderar al Guillotina, que el tipo era un bruto y que es un milagro que lo hayan dejado trabajar en la enseñanza tanto tiempo).

Así como al alumno holandés le enseñan a venerar las conquistas de la flota holandesa, en la secundaria del Uruguay nos enseñaban sobre la colonización de la corona española: con respeto y admiración por todo tipo de crímenes y atrocidades que los antepasados cometieron con pueblos enteros, de no ser que tuvieses un profesor como el Guillotina: él nunca hablaba del descubrimiento de América Latina, y bien rabioso que se ponía cuando alguien sí lo hacía.

A Sudamérica no la descubrieron, decía, Sudamérica ya estaba aquí, solo que en Europa no lo sabían. ¿Cuándo se descubrió Europa sino?

Sudamérica había sido colonizada, decía él, las cosas por su nombre.

El vómito recalentado dictaba que los colonos de entonces eran hombres devotos y aventureros, exploradores de altas miras y ambición aún mayor.

Todos suicidas psicóticos, decía el Guillotina, porque en aquella época, si estabas dispuesto a meterte con treinta gatos más en un latón para navegar hacia el otro lado del océano sin saber si a) había un otro lado, b) sobrevivirías el viaje para llegar, y c) una vez allí no serías devorado por las bestias o las llamas o ambas cosas. Para embarcar tenias que estar a) loco o b) desesperado, o ambas cosas, a no ser que c) fueses un criminal convicto que, ante la perspectiva de una vida en la cárcel, la decapitación o la horca, hubiese elegido el mar.

Si uno lo compara con una situación similar de hoy en día, como por ejemplo sería viajar a Marte, y se fija en quiénes se presentan seriamente a meterse con treinta más en un cacharro de aluminio para que lo disparen a un posible infierno, vemos al frente a Justin Bieber, Tom Cruise, Brangelina, Kanye West y Lady Gaga. Eso si hablamos de terrícolas famosos; menos conocidos son los individuos que presentaron su candidatura para Marte Uno en internet: el peludo tatuado Gunther Golob de la industria del entretenimiento Austriaca, la doctora Leila (presentada por su propio esposo) y decenas de personas de diferente pelo y plumaje. Lo que tienen en común es una personalidad suicida o por lo menos desarraigada.


En el Uruguay de hoy viven tres millones de personas: cuatro gatos locos, dicen allá, pero cada uno de esos gatos es un descendiente de los psicóticos de antaño. Cuando se repartieron la contención y equilibrio, el uruguayo no puede sino haber llegado muy tarde. Para demostrar eso en Holanda basta con señalar a los tres uruguayos que los holandeses conocen: el delantero, el presidente y la escritora.


 

El presidente


El primero de marzo del 2015 terminó la presidencia de José 'Pepe' Mujica. En Holanda la gente lo ubica enseguida cuando digo que es el presidente que conduce un escarabajo de 1987. Si la conversación se presta para compartir anécdotas, también cuento que un jeque árabe le ofreció un millón de dólares por él. Mujica lo sopesó. De su salario se llevaba el 10% a casa, del resto gran parte iba a un proyecto que construye viviendas para uruguayos sin techo . De haber aceptado el millón seguro lo habría destinado a ese proyecto. Él mismo vive en las afueras de la ciudad en una casa de tres habitaciones. Ahí se quedó aun siendo la máxima autoridad del país. En una entrevista lo escuché argumentar que las tres habitaciones que ocupaba su casa las podía barrer junto con su esposa y que eso no lo lograría en el palacio presidencial. Le decían el presidente más pobre del mundo.
En los años sesenta, Mujica fue uno de los líderes de los Tupamaros, la guerrilla uruguaya que alcanzó fama nacional, no solo por robarles armas a las autoridades sino también por robarles camiones a los supermercados. A estos los dejaban abandonados en los barrios más pobres de la ciudad, cargados de comestibles y con las puertas abiertas para que la gente se sirviera. Estilo Robin Hood, decía la prensa local. Tras varias fugas masivas de distintas cárceles, la fama de los Tupamaros se les fué a internacional, y llegó a la cima cuando mataron a un agente de la CIA, aunque ahí también perdieron la simpatía de Europa, porque acá, a los agentes de la CIA les dicen personal administrativo de la embajada y matarlos queda mal.

Al final, los militares agarraron a Mujica en un bar. Sobrevivió seis heridas de bala y aunque se escapo dos veces de la carcél pasó quince años preso, la mayor parte en confinamiento solitario. Recién cuando terminó la dictadura lo liberaron y veinticinco años después los uruguayos lo eligieron presidente.


En el mundial de 2014, cuando mandaron a Suárez a casa por haber mordido a Chiellini, Pepe Mujica, entonces aún presidente, se fue al aeropuerto a recibir al jugador. Acompañado por la prensa, esperaba el aterrizaje y entre dientes, con el acento paisano que lo caracteriza, dijo frente a un micrófono abierto: –estos viejos de la Fifa son unos hijos de puta.

(Al holandés eso lo traduzco como si viniese el primer ministro y dijese con el acento chato de La Haya, que es donde viven los políticos, que los de la Fifa todos tienen cáncer. Es que en Holanda, a la hora de maldecir al prójimo, se recurre mas a las enfermedades crónicas que a la prostitución o las madres. El cáncer es lo que más te echan en La Haya en Ámsterdam, que es donde vivo yo, prefieren la tifoidea, el cáncer les resulta muy grosero.)

–¿Me deja que lo publique, señor presidente? –preguntó el periodista.

Y Mujica respondió: –Publica nomás, a mí qué me importa.

 

El apellido Mujica proviene del País Vasco; Giordano, el apellido de su madre, probablemente venga de inmigrantes italianos.



Monoamino Oxidasa A


En la época en que el Guillotina nos hablaba de los colonos no se había avanzado demasiado en el estudio del genoma humano. Ahora ya hace rato que “descubrieronel gen que indica la predisposición a conductas agresivas: es una variante en el gen relacionado con la monoamino oxidasa A. La monoamino oxidasa A es una enzima que descompone la adrenalina, la dopamina, la tiramina y demás –inas una vez que pasa el estado de excitación. Sin esa descomposición, permaneceríamos en estado de agite constante. En 1993, el profesor Brunner, casualmente un nativo de Groningen descubrió una familia holandesa en la que este gen estaba ausente . Las conductas descontroladas estaban a la orden del día, sobre todo los hombres de la estirpe se destacaban por una inclinación a la piro manía, la violencia y la actividad sexual desmedida. Durante las reuniones familiares, la policía siempre andaba en la vuelta. Jugando al fútbol es probable que no les hubiera ido nada mal, ya que el exceso de dopaminas también hace que, en situaciones críticas, uno sea capaz de tomar decisiones riesgosas y en general acertadas en una fracción de segundo. De esas como la que tomó Suárez en el mundial de 2010, contra Ghana, cuando usó lo único que le quedaba para evitar la entrada del balón al arco: la mano. Esa infracción le costó que lo expulsaran, pero salvó a su equipo de una derrota fija. Lo que para Maradona fue la mano de Dios, para Suárez fue la mano de monoamino oxidasa A.

 

Si uno segrega muchas inas, reacciona impulsivamente, el raciocinio queda fuera de juego por lento. Si la razón jugase el más mínimo papel en esos momentos críticos, Suárez nunca le hincaría el diente al adversario. Sabe mejor que usted y yo cuántas y cómo son las cámaras que lo están filmando, vive constantemente con la certeza de que millones de ojos registran cada uno de sus movimientos. En el momento en que muerde a un oponente, no piensa. Tiene demasiadas dopaminas en el cuerpo y no dispone de los medios para deshacerse de ellas. Mordió a Ivanovich en el minuto 73, a Bakkal en el 92 y a Chielinni en el 81. Siempre cuando su organismo tuvo mas de una hora para acumular dopaminas.


Recomendación para sus oponentes: si lo van a andar jodiendo no lo hagan al principio de un partido, háganlo al final.

Recomendación para su entrenador: considere la posibilidad de sacarlo de la cancha a tiempo y busque una manera de meterle Monoamino oxidasa A en el cuerpo, aunque ahí corre el riesgo de que el tiro fenomenal lo ejecute con algo de retraso.



100% Río de la Plata


En la mayor parte de Sudamérica los genes de los psicóticos, suicidas y demás héroes de la corona se fueron diluyendo cuando –no siempre con consentimiento mutuo– se mezclaron con las poblaciones locales. Los Mayas, los Incas y Aztecas seguramente fueron seres más equilibrados y pensantes y, en todo caso, un oasis de monoamino oxidasa, porque tanto Bolivia como Colombia, Chile, Perú y Ecuador son países contra los que se puede jugar al fútbol de modo de lo mas civilizado.

El Guillotina nos hacía memorizar todas las causas por las que en nuestra región la población local había sido exterminada por el manicomio llamado Europa. Pregunta de examen: nombre todas las razones que conoce. Una: en la región no había minas de oro ni de plata, ni plantaciones donde someter a la población autóctona a trabajos forzados. Otra: el clima se prestaba para traer vacas y caballos, y para hacer pastar al ganado no se necesitaban esclavos. Con virus importados de postre, los conquistadores terminaron sirviéndoles a los hippies locales un genocidio en tres platos, así los genes europeos se mantuvieron bien puritos en nuestra zona. Por eso en cuanto a fútbol internacional, los argentinos y uruguayos tienen fama de pateadores y tramposos, los brasileños también, aunque atenuada con samba y algo de sangre africana. Y con razón, descubrí para mi mayor desencanto cuando buscaba si había algún tipo de respaldo empírico para estos agravios.

En el momento en que escribo estas palabras, los países mejor surtidos de tarjetas rojas en un mundial son: Brasil primero, con 11 jugadores expulsados, Argentina en segundo lugar con 10 y Uruguay, tercero, con 9. La tarjeta roja más rápida de la historia de los mundiales se la sacaron al el uruguayo José Batista en 1986 antes de terminar el primer minuto. El argentino Caniggia logró obtener una roja estando en el banco de suplentes, y el gran maestro Neymar supo apoderarse de una aunque ya hubiese terminado el partido.

No es casualidad que estos países también cuenten con pesada presencia entre los que más ganaron el mundial: también en esta lista Brasil va primero con cinco copas, Argentina y Uruguay están en los lugares cuatro y cinco con dos copas cada uno. Los puestos 2 y 3 los ocupan Italia y Alemania con cuatro. (No sé qué genes tienen los italianos y los alemanes, pero que ni Italia ni Alemania son los países mas equilibrados de Europa es algo que figura tanto en los libros de historia holandeses como en los uruguayos. Ni hablar de que muchos de los genes italogermánicos supieron encontrar el camino a Sudamérica una vez arruinada la situación en casa).


El puntero


Luis Alberto Suárez Diaz nació en el departamento de Salto. Jugó en los juveniles del Club Nacional de Fútbol de Uruguay y debutó a los dieciocho años contra el Barranquilla, de Colombia. En Holanda siempre dicen que lo descubrió el FC Groningen y ahí yo me veo obligada a explicar que eso es como si un inglés le dijera a un holandés que a Robben lo descubrieron los ingleses el día que lo contrataron para jugar en el Chelsea. Tanto los uruguayos como los holandeses dirían algo así como: ¿Descubrieron? ¿Y por qué se cree usted que le veníamos dando todo ese entrenamiento al mocoso?


Suárez entró a los once años en la séptima de Nacional. Cuando este club juega una final contra Peñarol, en Uruguay se habla de un clásico. Una vez en mi vida fui a un clásico. Mi padre nos llevó en la época en que se esforzaba por introducirnos a mí hermana y a mi al auténtico Uruguay. Fue en 1990 y el partido se jugaba, como es debido, en el estadio Centenario de Montevideo. El único estadio del mundo que es monumento nacional, decía mi padre brillando de orgullo, como si lo hubiese construido con sus propias manos.

Era un día precioso y con 60.000 espectadores el Estadio estaba repleto y la gente encantada disfrutaba de un partido en el que se pateaba más al contrario que a la pelota. Hacia el final todos los jugadores se agarraron a las piñas. Lo juro. Se armó terrible pelea en medio de la cancha. Los mejores jugadores del país se enfrentaban con los puños levantados como boxeadores, se tiraban trompadas, se pateaban, se agarraban de las camisetas y se intentaban tirar al piso los unos a los otros, se daban empujones en el pecho y se desafiaban como gallitos.

–¿Qué te pasa?

–¿Qué te pasa a vos?

–Vení si tenés huevos.

–Vení vos, abombao, que te rompo todo.

El silencio en las gradas era quizá lo más impresionante, todos mirábamos hacia la cancha sin poder creer nuestros ciento veinte mil ojos. Hombres grandes en pantalones cortos pegándose los unos a los otros a plena luz del día, y ni siquiera tenían la excusa del alcohol. Una vergüenza nacional. Y el árbitro dejándo los pulmones en el silbato mientras sacaba tarjetas de colores como si, intentase distraer al público con un acto magia. Aquel día fueron expulsados veinte jugadores con tarjeta roja. Como en Holanda nunca me creen siempre mando a la gente a que lo busquen: Estadio Centenario, clásico, 1990. Mientras les cuento que nosotros estábamos en la tribuna Ámsterdam y que esa se llama así porque fue aqui donde el Uruguay salió campeón olímpico en 1928, aunque nosotros la habíamos elegido por ser Ámsterdam la ciudad que nos dio refugio cuando nos tuvimos que ir del Uruguay al perder contra los milicos.

Quince años después de aquel vergonzoso partido de digamosle fútbol, a Luis Suárez le tocó jugar en uno de estos clubes. Dependiendo de cómo uno mire, podríamos estar agradecidos de que aún le queden dientes para hincarle al lo que sea.


El apellido Suárez es bastante común y de origen español, quiere decir hijo de Suaro. Díaz, el apellido de su madre, también viene de España y quiere decir hijo de Diego, así que los semipsicóticos de los que desciende se mantuvieron bien españoles tras llegar al continente Americano.

Busco en Google todo tipo de información sobre Suárez y doy con un vídeo en el que su abuela habla de él. –Antes nunca mordía –dice.

Se llama Lila Píriz. Píriz es el apellido de mi madre. No es un nombre muy común y, por lo que veo en internet, parece que en la región del Río de la Plata todos los Píriz descienden de los mismos colonos. Uno de ellos tiene estatus de héroe nacional porque peleó en no se que guerras, es el tatarabuelo Lucas Píriz, el primero de enero de 1865, durante la ocupación de la ciudad de Paysandú, le encajaron un balazo en el pecho. Demoró un día entero en morirse. Según el Guillotina, las balas de aquella época eran como latas cortadas: no te mataba la bala, te mataba la infección. Mi abuelo por parte materna siempre quiso que alguien le pusiera Lucas a un nieto. Como nadie lo hacía, el tío Rafael le puso Lucas a su cocker spaniel. También ese Lucas murió de una bala, aunque esta fuese una del tipo moderno que sí te mata de un saque y que –sospechamos– provino del arma de un vecino al que los ladridos de Lucas Píriz II tenían más que podrido.



Llamar a mamá 1


Llamo a mi madre por skype. Pasan unos segundos mientras la conexión se estabiliza y nos podemos ver. está con el portátil en la galería. En la mano un vaso de algo que podría pasar por agua pero seguro es vino blanco. En Uruguay deben de ser las cuatro de la tarde. En Holanda, dependiendo de la época del año, son entre cuatro y cinco horas más tarde.

–Ma, ¿nosotros tenemos familia en Salto, por el lado de los Píriz? –se toma un trago y gesticula que no lo sabe.

–¿Hablaste con tu hermana? Te andaba buscando.


Mi hermana vive en una provincia del sur de Holanda. La distancia de su pueblo a Ámsterdam es mucho menor que la distancia a Montevideo, que me busque pasando por lo de mamá tiene su razón, y es que yo trato de que no me encuentre. Mi sobrino anda con problemas curriculares. Le decimos el Gremlin. Tiene nueve años y ya lo expulsaron de dos escuelas. De la última, donde lo aceptaron después de arduas negociaciones, lo último que supe es que las cosas no andaban muy bien. Si lo volvieron a expulsar, mi hermana anda necesitando a alguien que lo cuide cuando ella va a trabajar, por eso yo no atiendo cuando el teléfono anuncia que la llamada entrante es de ella.

Mi madre está más al día que yo. Lo vive todo a través de skype. Al parecer, el Gremlin pateó a la maestra. Le rompió una media. Cada dos por tres se escapa de clase. En el mejor de los casos se queda en el patio de la escuela y trepa al árbol más alto, de donde, sin dejarse impresionar por las amenazas que los mayores le lanzan desde tierra firme, se niega a bajar. En el peor de los casos se va a la mierda, cruza las vías del tren y vuelve cuando le da la gana. Obviamente, muerde, y muerde fuerte. Tanto su madre como su padre son uruguayos, ambos descendientes de españoles y de algún portugués. Mi madre mira la pantalla, pero se nota que no soy yo el objeto de atención, está haciendo otra cosa.

–La abuela de Luis Suárez se llama Píriz, –le digo– y como todos los Píriz provienen de los mismos immigrantes, me ando preguntando si no seremos familia de Luis Suárez.

Con eso capto su atención, por encima de los lentes clava la mirada en la cámara, por lo que en mi pantalla parece que me estuviese mirando a mí.

–¿Otra vez estás escribiendo para la revistita de fútbol? –su imagen en mi pantalla se congela.

–¿Estás ahí?

–Sí, sí– el sonido funciona, solo la imagen se paralizo. Suele suceder. Al fondo se escucha el tránsito de Montevideo. Bocinazos, frenadas y puteadas. Mi madre calla.

–¿Mamá?

Su imagen vuelve a moverse empezado ya el discurso sobre la literatura y que me la tengo que tomar en serio, la cuestión de lo que es arte y lo que no y lo que decían Platón y Aristóteles sobre el tema. De la antigua Grecia en un ratito estamos en la tumba de la abuela y lo que diría ella si se enterase que escribo sobre fútbol. De ahí es sólo un paso a la pregunta: ¿cómo vas con la novela nueva? seguida por ¿y cuándo te van a traducir al castellano?

Le leo lo que escribí hasta ahora sobre el delantero, el presidente y los genes uruguayos mientras me voy dando cuenta de que ella está distraída con cualquier otra cosa en su pantalla. Cuando me cae la ficha de que quizás está llamando a mi hermana ya se saludaron y escucho a mi madre:

–Tu hermana dice que todos los uruguayos son violentos.

–Monoamino oxidasa –digo yo, contenta con las palabras nuevas.

–No me gustan las generalizaciones –dice mi madre.

Le explico que la generalización es una herramienta imprescindible en el cajón del escritor. De vez en cuando hay que dejarse de considerar las diferencias para poder decir algo lapidario sobre algo. Exagerar, simular, dejar en orsai, mentir descaradamente, hacer teatro, todo es parte de la labor.

–El pueblo uruguayo es pacifico y más bien intelectual –dice mi madre.

–Mentira –digo, y me sirvo un vino. Tinto.

–Esperá –dice, y trata de meterme en la llamada que tiene con mi hermana. Le digo que no tengo tiempo, que tengo que terminar este cuento, le tiro un beso volador y corto.



La escritora


Mis apellidos primarios son Trujillo y Píriz. Antepasados españoles y portugueses, pero también tengo un MacColl (escocés) y un Gougon (francés): la piñata europea que llevamos a cuestas muchos latinos. Hasta que llegó Luis Suárez a jugar en el Groningen, yo era la uruguaya más conocida de Holanda. Si sucedía algo en el Uruguay, los medios siempre daban conmigo. Un día me llamaron de la agencia nacional de noticias para que contase algo sobre Uruguay. Otro día me encontré jugando un partido de futbolito en vivo en la radio con relator y todo, el programa intentaba predecir los resultados de los partidos que ese día se jugarían en las canchas del mundial haciendo jugar a originarios de los países involucrados en el futbolito de mesa que habían colocado en el estudio. Durante los mundiales en que Uruguay se clasifica, me invitan a todo tipo de programas. Con la llegada del primo Luis tuve que cederle el puesto: bajé a ser la segunda uruguaya más famosa de Holanda, pero durante los partidos me siguen invitando a mí porque él, en general, está jugando.

 

Durante una entrevista un programa de radio no sé qué presentador se salió con una gansada que cualquier hispanohablante tendrá que escuchar si se queda un tiempo mayor que el prudente en Holanda. La gansada dice así: que la expresión “en un momento dado” no existía en castellano hasta que Johan Cruyff fue a España y la tradujo del holandés. La primera vez que oís eso te agarran por sorpresa. Todos conocemos la expresión desde chicos. ¿Cómo que nos la había enseñado Cruyff? Uno se queda medio boquiabierto pensando y ahí el momento se le escapa sin saber uno que responder, pero ese día en la radio yo ya estaba resabiada y no me importó que el micrófono estuviese abierto.

–No sea abombado –respondí.

–En serio. Fué Johan Cruyff, en Barcelona.Si no le creía debía mirar el documental que habían hecho sobre el tema.

–Escuche –dije–. ¿En serio piensa que lo que en inglés es A given moment, y en sueco En given tidpunkt, y en latín At tempore et, en castellano no existía?, ¿En serio piensa que en castellano solo se conoce esa expresión desde los años ochenta? ¿Porque un holandés tuvo la bondad de traducirla? ¿Un jugador de fútbol nada menos?, ¿Que se conocen en todo el globo por su agilidad verbal? ¿No se da cuenta de la barbaridad que está diciendo?

Hora de poner música.

El locutor se acomodó los auriculares para liberar una oreja.

–En un momento dado –dijo–. Así se llama el documental. Mírelo.

Acomodó sus apuntes. Que si yo miraba documentales. A él le gustaban mucho los documentales. Que si hacía mucho que no iba a Uruguay. La luz roja se volvió a encender. Intentamos descongelar el ambiente sin demasiado éxito. Durante el segundo corte comercial no hubo intento de conversación por liviana que fuese. Solo me preguntó si quería tomar algo. Un poco de monoamino oxidasa nomás.


Tengo escrita una novela sobre gente que lo destruye todo: carreras, matrimonios, promesas, sueños. Descensores, les digo: lo que se pueden nombrar, lo pueden destruir. Los personajes no pueden evitar este comportamiento, llevan la destrucción en su naturaleza. Al menos esa es la idea que está detrás de la novela a la que le podría hacer algo de publicidad mencionando el titulo pero eso no me sale tan natural. Además igual no ha sido traducida al español

No importa lo mucho que Suárez se esfuerce, ya sea por su equipo, por su amor o por sus niños: cada tanto se las ingenia para, en un momento crucial, arruinarlo todo con un solo movimiento, y no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Un descensor ejemplar, auspiciado por un gen vago que no le deja producir monoamino oxidasa A.

Durante el mundial de 2014 me invitaron a Studio Brasil, el programa en la radio holandesa que entonces cubría todo el mundial; a mí justo me tocó durante el partido en el que Suárez le hincó el diente a Chiellini. Ahí estaba yo, en vivo y en directo, bancando todos los comentarios pavos que los presentes hacían sobre el tema. En la pausa uno de los locutores dijo que a Luis Suárez lo había descubierto el Groningen.

–Suárez ya existía –dije –. Que en Holanda no se hubieran enterado no quiere decir que el hombre no estuviese jugando hacía rato en la categoría semidioses por las canchas de América latina.

Me cuesta entender por qué voy a ese tipo de entrevistas. Lo único que puede suceder es que, expuesta a la burla vestida de gracia, pierda el control sobre mis impulsos. También esa vez la conversación siguió a temperaturas bajo cero. Lógico. Suárez se había quedado fuera del mundial y yo en un estudio rodeada de gigantes de ojos claros que se divertían preguntándome cosas como: ¿En Uruguay acostumbran a morderse mucho?

Un día se estrelló un avión Uruguayo en los Andes. Los pasajeros son los otros dieciséis compatriotas que el holandés puede conocer. Los sobrevivientes se comieron pedacitos de los muertos para sobrevivir, pero ya no tenía ganas de contar anécdotas entretenidas, así que no dije nada.


Llamar a mamá 2


Termino de ver el documental de Ramón Gieling. En ningún momento la película sostiene que la expresión “en un momento dado” haya sido dada al castellano por Johan Cruyff. Si hay una escena en la que dos catalanes, adeptos de Johan, están tomando un vino y uno le dice al otro que “en un momento dado” no es castellano usual. Solo eso. Si la convicción holandesa de que Cruyff dio esa expresión al castellano no está basada nada más que en eso, yendo a juicio, Holanda pierde.

Llamo a Luis Barros, un amigo uruguayo que siendo músico iba mucho a Barcelona. También con él hablo por skype.

–¿Vos sabés cómo es la cosa esa de Cruyff y en un momento dado?

Luis golpea la mesa, con lo que su imagen queda un poco torcida– ¿Otra vez esa pendejada? –gesticula furioso mientras me explica–. Estos holandeses se piensan que los inventos lingüísticos que Cruyff se mandaba en holandés, tambien iba a poder aportar al castellano. Puras fantasías. Cruyff sería tan capaz de aportar al español como Suárez holandés. ¿Quién volvió a salir con esa paja?

Luis (el músico, no el jugador de fútbol) una vez estaba en un restaurante en España con unos amigos, entre ellos un holandés. También este sostenía que En un momento dado había sido un invento de Cruyff.

–Yo ya les había explicado mil veces –dice Luis– que en un momento dado es tan viejo como el castellano mismo, pero a mí no me creían. Al Toti sí.

El Toti era catalán y del Barça hasta la médula, según Luis. Estaba en la misma mesa y explicó por qué la gente se reía cuando Cruyff decía en un momento dado. Para verificar esa historia tengo que ir a Barcelona. Por ahora puedo encontrar en Internet textos en abundancia que contienen las palabras robadas. Si vamos a juicio, permítame aportar como primera prueba Rayuela de Cortázar. En el capítulo 68 aparecen las palabras “en un momento dado”. La novela se editó en 1963, diez años antes de que Cruyff llegase a Barcelona.


La conversación con Luis se interrumpe porque llama mi madre. En Uruguay serán como las dos de la tarde y ella con su vino. Me pregunta si ya hablé con mi hermana. A Gremlin lo aceptan hora y media al día en la escuela, después se tiene que ir a casa. Los miércoles ni va porque ese día ya es complicadísimo para la maestra.

Mi madre culpa al sistema educativo holandés de los problemas de aprendizaje de mi sobrino. Cómo no van a poder controlar a un nenito de nueve años, dice, un niño bastante educado, además.

–La última vez que estuviste acá te pegó con una silla –le digo.

–Fue con la parte blanda , y no me pegó. Más bien me empujó.

–Seguro que también tiene la variante haragana del gen, –le digo–, es hereditario por parte materna.

–Seguís con esa nota neofascista?

Le pregunto si sabe algo más sobre la familia Píriz. La de San José.

Habló con una tía de la línea Píriz MacColl que una vez se puso a investigar nuestro árbol genealógico. Dice que esa rama de Salto arrancó en el siglo diecinueve y probablemente es descendencia ilegítima.

–¿Te sirve de algo? –con un ataque mamá vacía el vaso. ¿Que si me sirve que Luis Suárez quizás sea un primo lejano e ilegítimo? Claro que si. ¿A quién no le serviría? Se lo diré el día que me lo encuentre por las calles holandesas. De paso, mi historia neofascista para la revista de fútbol se ve enriquecida con un hilo más.

Mi madre inclina la botella a la izquierda de la imagen. La tendencia al mal trago, por cierto, se hereda a través del mismo gen de la monoamino oxidasa haragana. Eso lo descubrieron los finlandeses hace poco.

–¿Vos no podés cuidar a Gremlin? –pregunta–. Solo los miércoles.


En otra ventana pongo el vídeo en el que la abuela de Suárez dice que era un niño bueno. Seguro que él también solo la golpeaba con el lado blando de la silla. Busco similitudes entre la cara de mi madre y la de Lila Píriz. Mi madre empieza otra vez con la letanía de que por qué no se ha traducido al castellano nada de lo que escribí. Mi especie de agente literario dice que es porque cambié muchas veces de editorial. Tuve más editoriales que maridos y nadie quiere andar mandando a traducir trabajos que editó otro, pero como también yo tengo unos vinos encima se me escapa lo que pienso.

–Porque tengo la maldita costumbre de morder la mano que me da de comer. Por eso.

Mi madre mira a la cámara.

–¿Te peleaste con tu editor?

–¿Cuál editor?

–El último.

El agente dice que yo nunca me peleo de verdad. Solo hago que el otro me tenga un odio tan profundo que se asemeja al temor.

–Con aquella te agarraste a los bifes –dice mi madre.

Tropezamos con mucha mala suerte durante una discusión y terminamos cayendo al piso, no fueron bifes de verdad.

–Ya que sos tan buena generalizando a pueblos enteros, ¿cómo hacés con los holandeses?, ¿eh?, ¿en cuanto a genes y fútbol y qué sé yo? Meté eso en tu nota.

–Eso no sería sensato, sería morder la mano que me da de comer.

Mamá calla y me mira. La fidelidad a la justicia seguro que también se lleva en los genes.

–Bueno –suspiro y paso a morder–: los holandeses roban cosas y luego dan justificaciones como ninguno.

Pone cara de escuchar con atención, así que continuo:

–Los holandeses le piratearon la flota a la corona española y en la escuela lo enseñan como si fuera una proeza, pero hoy en día, si los somalíes hacen lo mismo, los cagan a tiros con la bendición de las Naciones Unidas y la dirección impositiva holandesa.

–Seguí –dice, y yo hago caso.

–Los holandeses compran a un jugador que vos tenés desde hace años trotando en las divisiones más altas y dicen que lo descubrieron, y se lo creen y todo. Donde te descuides dicen que tus expresiones lingüísticas fueron contribuciones de sus futbolistas y nadie lo pone en duda. Son capaces de robarle tierra al mar y conseguir que todo el mundo los admire por ello.

No sé si se ha aislado el gen involucrado en ese talento. Me sirvo otro vasito. Mi madre también.

–¿Eras vos la que habló del Guillotina hace poco?

Asiento.

–Está preso.

Al parecer le dio un cabezazo a un alumno, otro alumno lo filmó y el resultado fue compartido en los medios sociales. Así fue que terminó preso. La vida imita al fútbol. Uno no puede hacer nada sin que lo filmen. El empujón, el golpe o el codazo que solían ser parte del juego, se han vuelto imposibles. La calle ha sido exiliada de las canchas.

Las cámaras lo arruinan todo. Le han arrancado el corazón al deporte y a la clase de historia. La lente fue inventada, ni siquiera fue descubierta, y un poco de colonización a la vieja usanza seguro que en Marte no se va a dar porque clavado que van a llevar cámaras.

Estuve llamando al club de fútbol del pueblo donde vive mi hermana, parece que los miércoles puedo ir con el Gremlin.

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